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Filosofía
Las primeras palabras que escuchaban los alumnos de Filosofía en Comillas, que, por ser pronunciadas antes de las presentaciones rituales, adquirían una importancia estructural en nuestra formación, eran -en latín- las que titulan este artículo: «Quid sit Philosophia?». Con ellas se recuperaba una larga tradición que, confirmada por filósofos tan recientes como Hegel o Zubiri, considera que el principal impulso del saber filosófico es el repaso a la evolución del objeto, el método y la enseñanza de la Filosofía a través de los maestros más eximios y las escuelas más influyentes.Recordando aquella solemnidad, me sorprendió mucho que el Congreso de los Diputados, que lleva cuatro años sin conseguir un solo consenso sobre la gobernación del Estado, apenas tardó diez minutos en convenir -¡por unanimidad!- que la Filosofía, que en el lenguaje de hoy está más cerca de significar andrómena que ciencia, debe volver a un sistema educativo que luego vamos a evaluar -de acuerdo con nuestros complejos y desorientaciones- con un método externo que idolatra el positivismo y el utilitarismo científico. Y por eso he llegado a la aterradora conclusión de que este acuerdo unánime solo pone de manifiesto la absoluta falta de consenso que existe sobre qué es y para qué sirve la filosofía, cuáles deben ser los contenidos de su programa, y cómo se puede evitar que la Filosofía acabe siendo usada -por ejemplo- para hiperventilar los nacionalismos identitarios, para dinamitar una cultura europea y española que muchos quieren despojar de sus raíces y desarrollos cristianos, o para entretener a los chicos con todas las tonterías escritas y publicadas al amparo de este Siglo de Hierro de la cultura europea. Lejos de estar ante un problema nuevo, todo apunta a que podemos acabar reforzando el frente de dispersión y empobrecimiento que ya abrió la asignatura de Historia, antigua magistra vitae, cuyas taifas científicas, cada vez más unidimensionales, constituyen un ariete eficaz contra el europeísmo y la unidad de España y contra la explicación racional de nuestro propio mundo.Tampoco se libra de esta plaga el concepto genérico de cultura, que en la actualidad se usa -apoyándolo en las falsas muletas de la provocación y la libertad de expresión- para normalizar y poner en valor todas las bobadas, incapacidades, obscenidades, blasfemias y odios que alimentan el evanescente currículo de los que nada saben hacer que pueda sobrevivir -parafraseando a Martínez-Maíllo- al «puto presente». Mi pesimismo se basa en que un minuto después de rescatar la Filosofía, los diputados y diputadas y no pocos profesores, se lanzaron al ruedo, sin salvavidas, para decirnos qué esperan y cómo conciben esta asignatura recuperada.Y es evidente que, sobre un consenso cero, que insiste en la estéril idea de que todo puede ser filosofía, y toda filosofía debe ser útil, se esbozaron tales proyectos y memeces que casi dan ganas de pedir -¡Dios me perdone!- que quedemos donde estamos.
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